13 septiembre 2011

MI CAMISETA LIMPIA Y BLANCA.

Con muy buen criterio, me ha recomendado el camarada Velasco, que recupere este artículo colgado con anterioridad en el blog sobre el color de nuestra camiseta. Hoy más que nunca se hace fundamental su lectura para comprender el atentado que va a sufrir uno de nuestros simbolos, la camiseta, en el partido de mañana.

"La equipación del Real Madrid es la más reconocible del mundo, junto con la de Brasil. El Bayern de Munich nunca se ha aclarado sobre los colores que quiere llevar, y el Milan arrincona con demasiada frecuencia su rossonero en favor del blanco (por qué será); si ves el uniforme del Barsa piensas "una carpa de circo", eso cuando no van de amarillo fosforito o marrón caca. Ahora, ves a un tío con camiseta amarilla y pantalón azul y dices, ¡coño! un cabrón brasileño jugando al fútbol. Y si ves a uno vestido de arriba a abajo de blanco, es del Real Madrid, impepinable. El uniforme es uno de nuestros grandes activos, acorde con varios de nuestros Principios Fundamentales (del Régimen no, pillines): Pureza, Caballerosidad, Juego Limpio. De hecho, no soy muy partidario de segundas equipaciones, por muy comerciales que resulten. Suelen ser de lo más horteras y en la mayoría de los casos innecesarias para contrastar con el uniforme rival. El Madrid cabalgó durante muchos años por Europa de un blanco impoluto, prístino, refulgente, kubrickiano. Hay testimonios de jugadores rivales que, nada más ver nuestra camiseta, tenían que ir al baño porque se habían cagado de miedo. Sí, nuestra zamarra inspiraba algo sólo equiparable al terror divino de los arcángeles del señor (¿no se ha dicho siempre que Dios es del Madrid?).

En los años 80 llegó Ramón Mendoza y "secularizó" al club. Abandonó el habitual estilo comedido de nuestros directivos y pasó a la ofensiva, con declaraciones mordaces y socarronas que intentaban (y a menudo lograban) sacar a los rivales de sus casillas. También introdujo un cambio fundamental: el patrocinio en la camiseta. De repente pasábamos de nuestro blanco perfecto de siempre a lucir el logotipo de una marca comercial. Y además no podía ser un logo más prosaico: nuestro patrocinador era Zanussi. ¡¡Zanussi!! El Madrid hexacampeón de Europa, protagonista de tantas glorias, convertía repentinamente a sus jugadores, héroes casi homéricos, en hombres-anuncio de una puta marca de lavadoras. Luego llegaron otros patrocinadores, igual de cutres si no más: Los productos lácteos Reny-Picot, el concesionario de coches Otaysa, los electrodomésticos Teka... ganamos la Séptima Copa de Europa anunciando cocinas, que a nadie se le olvide. La imagen de ese glorioso día quedará para siempre asociada con un anagrama patatero. ¿Os imagináis que la camiseta de la final de Hampden Park, la de la Quinta Copa de Europa, llevara estampada el logotipo de Pastillas Juanola? Ugh. Si esos partidos son legendarios es por algo.

No soy el único con esta aversión a los logos: Durante los años 90, el diario ABC borraba los logotipos de los patrocinadores cuando ponía la foto de un partido europeo del Madrid en portada. Ellos, que habían seguido todo el periplo europeo del Madrid glorioso, se daban cuenta del atentado estético que suponía el estampado de la camiseta. Ha pasado el tiempo y hemos tenido unos espónsors de mayor caché: Siemens, Benq y ahora una casa de apuestas, Bwin. Estas empresas proporcionan unos ingresos bastante mayores que las de antaño, pero tampoco pensemos que nos resuelven un presupuesto anual que ya va para los 500 millones: en el mejor de los casos ingresamos 20 millones de euros, menos del 5% del presupuesto. Y eso contando con que la empresa sea solvente: con Benq ensuciamos la camiseta durante todo un año a cambio de... nada. Brillante operación.

Florentino creo que sabe esto -de hecho vive obsesionado con el Madrid de Bernabéu-, pero simplemente es incapaz de renunciar a una fuente de beneficios. Se permitió, eso sí, el capricho del año del Centenario, y por eso la imagen de Zidane mandando su volea mágica al fondo de la red (en Hampden Park, qué casualidad) le muestra blanco, inmaculado e inmortal. El valor estético del momento se multiplicó exponencialmente sin el puto anuncio en la pechera.

Que no nos engañen, el patrocinio no es fundamental para la supervivencia del club ni para ser competitivos: el Farsa no lo ha tenido hasta hace poquísimo, e incluso ahora paga una cantidad por llevar el logo de Unicef. Hasta un club ultrapueblerino como el Bilbao se ha permitido estar décadas sin ningún tipo de publicidad; me sangra el corazón al ver cómo gente de esa calaña ha llevado su camiseta limpia durante todos estos años mientras nosotros anunciábamos empresas en quiebra. No creo que vuelva a comprarme nunca una camiseta del Madrid, a menos que sea un modelo "vintage": además de ser carísimas, no quiero anunciar móviles, ni cocinas ni casas de apuestas. Que se anuncien ellos.

Siempre hemos dicho que el Madrid es especial, pero no bastan las palabras, lo que cuenta son los hechos: no queremos ser los nuevos ricos del Milan, que venderían hasta a su madre, ni un equipo de barrio que tiene que anunciar la ferretería local para pagarse los uniformes: si queremos ser especiales, tenemos que ser capaces de renunciar a 20 millones de mierda, que al fin y al cabo sólo representan la ficha de ciertos jugadores que lastran al equipo. Más cojones a la hora de dar bajas y menos buscar patrocionios patateros. De lo contrario, sólo seremos uno más. Podemos llevar logotipos en las camisetas de entrenamiento, en el autobús y en multitud de sitios bien visibles de nuestras instalaciones, pero en la camiseta nunca. La camiseta es sagrada -más que el estadio-, y en ella sólo debe lucir nuestro glorioso escudo. Hay que añadir esta exigencia a la de tener diseños personalizados para nuestra camiseta. El Madrid jamás puede tener una camiseta igual que la del Chelsea o el Bayern, sólo que en blanca. Si Adidas es incapaz de satisfacer esta demanda, habrá que buscar otras soluciones. Para recuperar nuestra magia debemos ser únicos, y volver a adoptar el blanco que tantas veces deslumbró a Europa".

"Es peor la pérdida de valores que cualquier derrota, deportiva o en otro orden de la vida"

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