22 enero 2013

"¿A QUÉ LLAMAMOS PIPEROS?" (por Jorge Bustos)

SUBLIME artículo (para paladares exigentes) de Jorge Bustos, extraido de la revista "Jot Down Cultural Magazine". 
http://www.jotdown.es/2012/11/jorge-bustos-a-que-llamamos-pipero/ 

"Un pipero es un ente fundamentalmente sentimental y acrítico que cubre con su hegemonía cursi e iletrada todos los ámbitos de una sociedad posmoderna".


"En las clandestinas mezquitas-patera de la yihad mourinhista los imanes más violentos hemos debatido alguna vez la autoría de la voz ‘pipero’ con la que nos referimos habitualmente a aquellos aficionados en teoría al fútbol, sedicentes hinchas del Real Madrid, que no comparten los métodos de José Mourinho.
Pipero es alguien que entretiene comiendo pipas el oneroso precepto de acudir al Bernabéu a ver jugar a su equipo; y más que comer las rumia, pues al hacerlo su mirada se abandona a la fijeza boba, focalización miope que caracteriza a las vacas cuando sin dejar de masticar alzan del sabroso prado la testuz para ver pasar el tren, en metáfora de Leopoldo Alas.

Será casi imposible atribuir con justeza el cuño del feliz término a nadie en concreto, y yo sospecho que nació de una analogía con el adjetivo palomitero con que los cinéfilos más insobornables censuran determinado tipo de cine comercialón y epidérmico, apto para detonar la ingesta compulsiva de palomitas y no exégesis derrideanas sobre la disolución del sujeto. Personalmente, al primero que yo leí el palabro fue a mi amigo Hughes, madridista y levantino, que escribe sin darse importancia las mejores crónicas de fútbol de España pero al que no se le debería adscribir impunemente a ninguna rama concreta del salafismo periodístico, pues su voluntad libérrima pajareará siempre ajena a la jaula de la taxonomía. Hughes identificó a estos tiernos seres rumiantes como la representación mayoritaria de las gradas del Santiago Bernabéu, estadio burguesón, ritualista y sobrevalorado al que ya no van mocitas risueñas sino turistas japoneses, abonados hereditarios, ejecutivos de paso con puta de piso y cotizantes alfa del Ibex que tienen que soportar que un puñado de forajidos premodernos y pobretones les impida concentrarse en la elección del emoticono idóneo del Whatsapp con sus bárbaros cánticos aullados desde el fondo sur.

El pipero, el pipero en su acepción prístina, es pues un aficionado tibio al Real Madrid que se informa por la prensa especializada del devenir de su equipo y que en consecuencia piensa que la llegada de Mourinho al Madrid ha bastardeado una línea dinástica de impecables valores madridistas y ha sembrado la discordia entre los rudos caínes contratados por un leonino tratante de esclavos luso, Jorge Mendes, y los abeles patrióticos de la cantera. Mourinho, al primar aquellos sobre estos —afirma el periodista pipero al oído del aficionado pipero—, ha enojado a nuestro grosero chovinismo mediático siempre hambriento y hoy, por culpa del cetro otorgado prudentemente a Mou por Florentino, ayuno de cohechos informativos o directamente cárnicos.

Pero sobre todo esto, si les interesan los pormenores de la guerra entre los cruzados del señorío y los yihadistas del purito éxito —100 puntos, 121 goles en la campaña 2011/2012—, encontrarán abundante información en el blog salvajemente sarraceno de mi amigo Jarroson: Yo he venido a extender el significado del piperismo allende las ciertamente rígidas y enfurecidas fronteras de lo futbolístico. Visto a qué llamamos más propiamente pipero, la pregunta pertinente es: ¿a qué más podemos seguir llamando, con toda pertinencia nominal, pipero? He aquí la cuestión palpitante hoy en España, y no solo en España.

Ensayaré a continuación algunas extrapolaciones, en la confianza de que no todas resulten completamente ilegítimas.

Veamos. Un pipero es un ente fundamentalmente sentimental y acrítico que cubre con su hegemonía cursi e iletrada todos los ámbitos de una sociedad posmoderna. Ha leído muy poco, y por culpa de ello tiende a considerar El Principito como una obra maestra. Prefiere la colaboración a la confrontación, y como consecuencia siempre acaba encarnando paso a paso toda la gama de cobardía enunciada por el pastor Martin Niemöller en la culpable declaración que le hizo a Bertolt Brecht, a quien se atribuye erróneamente la cita formidable: “Primero vinieron a buscar a los comunistas, y yo no hablé porque no era comunista. Después vinieron por los socialistas y los sindicalistas, y yo no hablé porque no era lo uno ni lo otro. Después vinieron por los judíos, y yo no hablé porque no era judío. Después vinieron por mí, y para ese momento ya no quedaba nadie que pudiera hablar por mí”.

Un pipero puede ser fascista, comunista, liberal o socialdemócrata; pero nunca será el líder de ninguno de esos movimientos y probablemente vaya pasando de uno a otro en función de las circunstancias. Un pipero puede muy bien ser un machista, pero nunca le oirás en público un chiste machista, y a menudo suele ser el fino moderador que reconviene educadamente al tipo campechano que sí los cuenta, minutos antes de que nuestro correctísimo protagonista pretexte lío en el trabajo ante su esposa para atender otro tipo de necesidades. La teoría del pipero aquí defendida postula por tanto que ante todo el piperismo no es una etiqueta de mera sociología futbolística sino una completa categoría moral; y bien podríamos decir, más propiamente, una estofa moral.

El pipero es un hombre o una mujer medianamente feliz, en sintonía pasable con el mundo, al cual ha venido para sobrevivir y medrar acatando sus reglas antes que nadie, para lo cual tiene muy desarrollado el expeditivo método de chuparse el dedo y levantarlo contra el viento para averiguar pronto en cada encrucijada el modo más seguro de avanzar sin presentar oposición. El pipero no formula sus prejuicios porque seguramente no es capaz de localizarlos: considera que él es del bando universal. Del que tiene razón, vaya. El puto bando del sentido común.

El pipero suele ser catalán, y que nadie se ofenda: me refiero a una catalanidad conceptual que no tiene que ver con la lengua en que están rotuladas las tiendas del barrio donde uno nació. Nos referimos al concepto siniestramente lírico de la familia, del todo por la familia, ejerciendo los Pujol de paradigma dinástico. A este respecto, José Antonio Primo de Rivera acreditó más esperanzada condescendencia que yo en su discurso al Parlamento del 28 de febrero de 1934:

“Cataluña es un pueblo impregnado de un sedimento poético, no solo en sus manifestaciones típicamente artísticas, como son las canciones antiguas y como es la liturgia de las sardanas, sino aún en su vida burguesa más vulgar, hasta en la vida hereditaria de esas familias barcelonesas que transmiten de padres a hijos las pequeñas tiendas de las calles antiguas, en los alrededores de la plaza Real; no solo viven con un sentido poético esas familias, sino que lo perciben conscientemente y van perpetuando una tradición de poesía gremial, familiar, maravillosamente fina. Esto no se ha entendido a tiempo; a Cataluña no se la supo tratar, y teniendo en cuenta que es así, por eso se ha envenenado el problema, del cual solo espero una salida si una nueva poesía española sabe suscitar en el alma de Cataluña el interés por una empresa total, de la que desvió a Cataluña un movimiento, también poético, separatista”.

El pipero puede ser también taurino o antitaurino, pero aun siendo taurino admitirá dudas sobre la conveniencia ética de la Fiesta en presencia de según qué influyentes compañeros de reunión. Y por la misma medrosa causa, abandonará a Pepe a los pies del tartufismo mediático que clama por su benéfica retirada del fútbol. Cabe recordar en este punto el descubrimiento consignado en 1957 por el antropólogo norteamericano Jack Randolph Conrad en su ensayo El cuerno y la espada:

“No hay virtud alguna en el aborrecimiento del toreo. Sentir náuseas del espectáculo supone un desequilibrio en otra dirección. Si no nos gusta ver a la autoridad establecida desafiada por el individuo, si somos dados a sentir que nuestros padres, nuestros patronos, nuestros líderes son sacrosantos y libres de crítica, entonces condenaremos violentamente la corrida de toros”.

El pipero, sin embargo, es mayoritario y hegemónico y lo será siempre porque representa al destinatario natural de Occidente en su actual ordenamiento basado en el Estado de Derecho y la economía de mercado y la libertad de prensa, con todos los dulces cohechos y sinecuras compensatorias que de tal superior ordenamiento se derivan desde su fundación.

Un pipero propende a emocionarse —y no tendrá rubor en reconocerlo, ¡ni aun en presumir de ello!— con los versos de Mario Benedetti, que ya descansa en paz y en su paz nos descansa a todos los lectores de César Vallejo. Un pipero no advierte fallos de simetría en el cuerpo de Beyoncé, por no hablar de las contraportadas del As, más allá de que un hombre es un hombre en la cama. La frase más repetida de un pipero es que todas las opiniones son respetables; pero si cometes el error de entregarle el poder a un pipero, comprobarás con cuánta celeridad se aplica al olvido de su gandhiano mantra y aplasta la discrepancia con la eficacia ciega de la que solo son capaces los fanáticos, que siempre son el producto de una mediocridad acrecida por la levadura de un resentimiento larvado.

La gruesa pirámide dietética de un pipero se erige sobre las simbólicas pipas de su inadvertido narcisismo, aunque no hace ascos al chuletón como Dios manda y el club paga, o pagaba. Porque el pipero es, digámoslo en un solo adjetivo, un narcisista, pero su autocomplacencia obra en manos de un cirujano tembloroso. En el mito, Narciso se enamora de su reflejo en el estanque porque verdaderamente era un joven de una belleza excepcional. Había una razón irrefutable en su egolatría. El pipero no la tiene porque el pipero es un narciso que encima es feo, que ya tiene cojones la cosa, por citar a Susaeta.

Al pipero hay que explicarle que el orden en Deadwood no lo garantiza Seth Bullock, sino Al Swearengen. Al pipero, en general, hay que explicarle una porción fatigosa de asuntos elementales. Umberto Eco acuñó la noción de “lector ideal” para aludir al horizonte de expectativas que un autor se marca en la mente como diana soñada de sus palabras; pues bien, el pipero —querríamos que lo fuera y así contribuir con toda modestia a desasnarle— nunca resulta el lector ideal porque equivoca infaliblemente las voces y los silencios, los tonos y los estilos, las ironías y las gravedades de tus artículos. El pipero no es que sea tonto, es que se pasa de listo por no querer que lo tomen por bobo. Utilizamos en este campo fértil de la tontología la nomenclatura clásica de Ruano: “El bobo es una variante noble del tonto. En el bobo existe un estado de pureza. El bobo es poético, mientras que el tonto es realista, con un sentido práctico acusado, con un sentimiento urgente del triunfo que tiene también el listo, pero que no desvela al inteligente”. El pragmatismo tontorrón del pipero nace de su narcisismo: quiere estímulos y los quiere ya, que para eso paga sus impuestos. No ha nacido para animar, sino para que animen su existencia efímera e irrelevante.

El pipero es ese tío de la foto memorable que sale siempre en primera fila del gran acontecimiento con gesto de ceñuda concentración, pero de concentración en lo accesorio: el abrigo más pintón del vecino, un chiquillo que se intenta colar, la cáscara de pipa encajada en una ranura premolar que repasa denodadamente con la puntita de la lengua mientras por delante de sus narices transcurre, y transcurre una sola vez, la Historia."

7 comentarios:

  1. La lectura es INFUMABLE

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  2. No me extraña que te resulte "infumable" un artículo si consideras "la lectura" de ese modo...

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  3. Definición de Pipero, por Jorge Bustos. No es correcta, basta con buscarla en cualquier diccionario.Quereis menospreciar a personas, y dejáis al descubierto vuestras carencias gramaticales.

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  4. Tanto rollo, para darle mil significados a una palabra, menos el que tiene en la realidad.
    Arre analfabeto!

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  5. Seguro que soys de esa clase de madridistas piperos que aqui se habla.... iros a leer el asqueroso o el marcaca que asi leereis lo que os gusta, parasitos madridistas de salon!!
    Muy buen articulo. ¡Hala Madrid!!

    Ruben Lopez Rodriguez

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  6. Soys?????,Rubén,tú debes ser otra víctima,de los sistemas educativos perpetrados por esta mierda de democracia, que cuando le preguntan:"que es una serpiente"?, responden:"un mamífero".

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